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Bella Flor

Como cada tarde, después de hacer sus deberes y merendar, iba Katty a jugar al patio con su querida amiga Julia. Pasar tiempo con su amiga era lo que más le gustaba de haberse mudado a un nuevo barrio. En sus 7 años de vida, mudarse y dejar a sus amigos era lo peor que le había sucedido, hasta que conoció a Julia.

Se conocieron una tarde en que Katty estaba sentada en un banco frente al portal de su bloque, y Julia regresaba de dar un paseo con Ana, su nana. Ana le pidió a Katty que le sujetara la bolsa de la compra mientras abría la puerta del portal. “¿Por qué no se lo pide a Julia, si no lleva nada en las manos?”, pensó Katty, pero igual obedeció. En el momento en que Ana se dio la vuelta, Julia hizo una mueca sacando la lengua, lo que desató un ataque de risa en Katty, quien minutos antes lamentaba y casi lloraba por su reciente mudanza. Desde ese momento, cada vez que recordaba la mueca de Julia, sonreía, y desde ese instante consideró a Julia su amiga.

Así que cada día procuraba estar en el portal a la misma hora de la tarde, cuando regresaba Julia junto a Ana. Día tras día, tarde tras tarde. Ana se percató de ello, así que cuando llegaban al portal aprovechaba para dejar a Julia entretenida junto a Katty y así hacer faenas en casa. Y la madre de Katty, quien divisaba desde el balcón, disfrutaba viendo cómo su hija comenzaba a aceptar su nuevo hogar, hacía amigas y volvía a sonreír.

Esa tarde sería igual que las otras: se sentaría en el banco a la espera de que regresara Julia acompañada de Ana, y jugarían a las muñecas.

Se sentó, pues, a esperar, pero Julia nada de llegar. Pasó el camión de los helados, señal inequívoca de que ya eran las 6:30, y Julia no llegaba. “¿Dónde estaría su amiga? Es muy raro que no llegara, si cada día era lo mismo, siempre a la misma hora.”

Su madre la obligó a entrar a casa, pues ya afuera hacía suficiente fresco como para enfermarse.

Pero sus pensamientos continuaron allí, en el banco, esperando a su querida amiga.

—No te preocupes, Kat, quizás fueron a visitar a algún pariente —la consolaba su madre.

Así que la tarde siguiente, a la misma hora, se sentó Katty en el banco y comenzó a esperar a su amiga, y, tal como la tarde anterior, su amiga no acudió a la cita.

—No vino, mamá, hoy tampoco vino —dijo, dejando salir las lágrimas que hasta ahora llevaba contenidas.

Esa noche Katty no podía dormir, no dejaba de dar vueltas al porqué su amiga no había llegado. En las 3 semanas que llevaba de amigas, esta nunca había fallado al encuentro. “Amigas por siempre seremos tú y yo. Amigas por siempre, mi bella flor.” Así se cantaban la una a la otra. Especuló miles de escenarios, pero el que más lógico le pareció es que se habían mudado. “Seguro le ha sucedido lo mismo que a mí, se han mudado de casa”, sentenció. E intentó consolarse pensando que su amiga pronto vendría a visitarla, así como ella alguna vez visitó a sus anteriores vecinos. La echaba mucho de menos.

Pasaron 3 días desde aquella tarde. Estaba Katty sentada en el banco, aunque ya sabía que su amiga no vendría. Cuando, de repente, vio que se acercaba Ana y venía acompañada por… ¿Julia?

—¡Sí, es Julia! —gritó emocionada al tiempo que dio un salto de alegría—. Mamá, mamá, ven a ver, ha venido Julia a visitarme.

Corrió hacia ella buscando los brazos de Julia para fundirse en un abrazo.

Corrió hacia ella y la abrazó, pero sintió un fuerte golpe que la lanzó contra el suelo.

Julia la había apartado de un empujón. Clavó su mirada en Katty, una mirada fría y distante, una mirada tan inocente, asustada y agresiva como la de un gatito acorralado.

Katty no lo podía entender. “¿Por qué le habría rechazado si era su amiga?”

La madre de Katty, quien justo salía debido a los alegres gritos de su hija, acudió en su ayuda para levantarla del suelo. Se aseguró de que no estuviera lastimada (por lo menos no físicamente) y, luego de intercambiar unas breves palabras con Ana, entró con su Katty a casa.

Katty no quiso cenar, no quiso hablar, se encerró en su dormitorio a llorar. No asimilaba lo que había sucedido. La tristeza la invadió.

A la mañana siguiente, su madre se acercó a la habitación y le dijo que esa mañana no iría a la escuela, que la llevaría a un lugar.

Así pues, cogieron un autobús y llegaron a su destino: El Sosiego: La Residencia de Día para Mayores.

Y ahí estaba Julia, su querida amiga, rodeada de muchas otras mujeres igual que ella, con la misma mirada, con sus mismos ojos.

La madre de Katty invitó a su hija a hablar con la doctora de Julia, quien le explicó que, cuando Julia le hizo daño, no lo hizo con esa intención; le dijo que esta tenía una enfermedad que día a día le robaba parte de su presente y hacía confuso su pasado. Que esta sí era su amiga y que, aunque no volvieran a jugar, el cariño y el tiempo pasado juntas fueron reales e importantes para ella, tanto que había presentado mucha mejoría en otras afecciones.

Katty entonces comprendió y se acercó a donde estaba Julia, su amiga, que esta vez estaba mucho más tranquila. Tomó su mano y la acarició. Julia intentó apartarla, pero Katty la retuvo. Julia mantenía su mirada ausente, inmóvil. Katty continuó y, con su voz suave e infantil, dijo:

—Amigas por siempre seremos tú y yo. —Mientras una lágrima recorría su mejilla.

Julia levantó su mirada y, con otra lágrima asomando, respondió:

—Amigas por siempre, mi bella flor.

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